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ANCLA VIDEO

Animaciones generadas a partir de fotografías de Mariano Rodríguez.

EL GESTO INCONCLUSO
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Estas animaciones fueron creadas con fotografías que Mariano Rodríguez realizó cuando ejercía como fotógrafo profesional. Utilizando Inteligencia artificial, el autor reconfigura la memoria visual en una suerte de espectro animado, generando movimiento a imágenes originalmente estáticas. Lo que podría parecer un simple ejercicio técnico deviene en un interrogante sobre la naturaleza del acto creativo y los mecanismos cognitivos y afectivos que lo sustentan. Rodríguez, quien ha abandonado la práctica fotográfica como oficio, continúa, sin embargo, enfrentando una inquietud persistente: ¿Sus obras son una fiel interpretación de lo imaginado o un artificio engañoso producto de una mente caprichosa? Toda manifestación estética es, según su mirada, el resultado de un delicado intercambio entre el cuerpo y cerebro: una energía psíquica que, al ser canalizada se transforma en pulsiones concretas —amor, deseo, miedo, lágrimas— y en su transmutación última, se plasma como una obra material. La fotografía, en este marco, es una cristalización de lo inasible.

Lejos de las pretensiones de control o dominio técnico, Rodríguez sostiene que el artista no es más que un frágil recipiente, atravesado por fuerzas que exceden su voluntad; como un manuscrito inacabado, una sinfonía jamás interpretada. En esta visión, incluso las redes neuronales —esas construcciones algorítmicas que hoy simulan pensamiento y emoción— se presentan como los verdaderos portadores de una conciencia que, paradójicamente, nos recuerda cuan limitada y emocional resulta nuestra percepción del mundo. La creatividad, tanto en humanos como máquinas, se despliega a través de patrones estructurados, casi mecánicos. Pero mientras que en las máquinas esos patrones operan con la neutralidad de una fórmula, en el hombre se encuentran atravesados por la inestabilidad emocional. La tensión entre la frialdad del cálculo, el terror y temblor del sentimiento, no solo relativiza el concepto de autenticidad en la producción artística, sino que propone una reflexión más radical: ¿puede el arte existir sin emoción? ¿O es precisamente esa interferencia emocional la que otorga a una obra su profundidad ontológica?En su época como fotógrafo, la visión de Rodríguez tenía un carácter cinematográfico: realizaba sus producciones fotográficas como escenas de una narrativa fragmentaria, velada, en la que cada imagen debía ocultar tanto como revelar. El proceso creativo se convertía así en una batalla íntima, donde cada resultado se convertía en una pregunta: ¿He logrado traducir lo que imaginé, o la imagen final es apenas una sombra degradada de esa visión?

En definitiva, el momento en que una idea se materializa —ya sea en una fotografía, una película o una pintura— supone una especie de pérdida. La obra, una vez expulsada del cuerpo creador, deja de pertenecerle por completo y entra en otra dimensión: la del mundo. Lo que queda es una forma de vacío, pero también un sosiego particular. Como quien grita y, al hacerlo, libera no solo el sonido, sino algo mucho más profundo, como si soltáramos un llanto.

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