EL JUEGO DE LA CONDICIÓN HUMANA
Artículo sobre la película Would You Rather
Por Mariano E. Rodríguez

En esta ocasión, hablaremos sobre los dilemas morales en el cine, valiéndonos de la película Would You Rather, dirigida por el escritor y productor canadiense David Guy Levy. La trama sigue a un grupo de personas que son invitadas a participar de un juego que requiere tomar decisiones moralmente cuestionables con el fin de obtener una gran suma de dinero a cambio, incluso si esto implica poner en riesgo sus vidas o la de los demás. Este argumento, que en manos menos hábiles podría haber derivado en un mero espectáculo de horror, aquí se eleva como un tratado cinematográfico sobre la fragilidad de las certezas morales. Levy exige al espectador una mirada que contemple la naturaleza humana en su desnudez más cruda, sin el cómodo refugio del juicio. Sus personajes no son héroes ni villanos, sino individuos frente a un juego con reglas simples que exige decisiones brutales y cuyo premio, bajo la forma tangible del dinero, promete resolver sus problemas. De este modo, el director coloca a los personajes en un escenario donde la razón se bate a duelo con el instinto, para luego preguntarles ¿Qué queda de nosotros cuando todas las capas caen? En este punto, los protagonistas sentirán el peso de una libertad realmente auténtica. ¿Qué son los dilemas morales? En su raíz, son conflictos donde los valores fundamentales de una persona colisionan con opciones de acción igualmente comprometedoras. Un dilema moral, como la existencia, no se resuelve, se experimenta. Desde las cavilaciones de Sócrates, que hizo de la virtud una forma de conocimiento, hasta las ecuaciones morales de los utilitaristas cueles intentaron reducir el bien a un cálculo de consecuencias, la humanidad ha oscilado entre sistemas que intentan organizar el caos ético. ¿Deberíamos actuar basándonos en el imperativo categórico kantiano, o calcular las consecuencias de nuestras acciones, como propuso el utilitarismo? Levy, sin embargo, se despoja de tales pretensiones sistemáticas. El dilema moral no es aquí una fórmula a resolver, sino un laberinto del que no se puede salir sin dejar algo de uno mismo detrás. El director, traslada estas teorías al lenguaje visual y narrativo, exponiendo la crudeza del dilema en su forma más visceral.
Al igual que el célebre dilema del tranvía, aquel que nos exige decidir entre sacrificar a pocos para salvar a muchos. Las reglas del juego parecen simples, casi mecánicas. Sin embargo, el resultado no es una resolución lógica, sino un vacío cargado de significados. Las decisiones que cada participante toma, no sólo destruyen vidas, sino también la estructura interna de quienes las toman y, en consecuencia, el entramado social que las hace posibles. Al igual que el Homo homini lupus de Hobbes, Levi demuestra que la moralidad se subordina al instinto de supervivencia; sin embargo, el film no se limita al pesimismo hobbesiano. En los personajes de Levi no hay nada monstruoso, solo individuos que descubren, con horror, que el animal siempre ha sido parte de ellos. El director recorre diferentes corrientes filosóficas sin inclinarse hacia ninguna. Del utilitarismo toma la frialdad del cálculo, la felicidad como un bien que puede medirse, distribuirse, incluso sacrificarse. Pero también pone en cuestión esta lógica. ¿Puede realmente cuantificarse la dignidad? ¿Es el bien común suficiente para justificar el mal individual? En esta dialéctica del bien y el mal, el espectador se enfrenta a la pregunta ¿Qué significa ser humano cuando la máscara de la virtud se desmorona? El eco de Raskolnikov resuena aquí. «No maté por altruismo ni por conciencia, maté porque quería hacerlo». Aquí reside la ironía trágica de la película; lo que destruye a los personajes no es la coacción externa por parte del anfitrión; las elecciones de cada participante, por inhumanas que parezcan, son completamente personales y en ningún momento pierden la libertad de elegir. El juego, en su crueldad, les devuelve la responsabilidad absoluta de sus actos, obligando a los personajes a preguntarse ¿Quién eres cuando todo lo que creías ser se desvanece? En última instancia, la propuesta de Levi es una metáfora de la vida misma. Somos, como sus hospes, agentes libres que tomamos decisiones dentro de un sistema de reglas que no hemos terminado de establecer. Sin embargo, aunque en ocasiones resulte inevitable, no son sus resultados los que nos definen, sino el vértigo que sentimos al tomarlas.
Milán Kundera, al escribir sobre el vértigo, lo definía como «ese deseo oculto de arrojarse al abismo». En la película, cada decisión es un salto voluntario al vacío. El juego, no es más que un pretexto, un teatro en el que la ética se convierte en un artilugio frágil, incapaz de resistir la presión del deseo y la desesperación de sus consecuencias. No haber nacido nunca es el mayor de los favores, decía Sófocles. Tal vez tenga razón, pero si ya hemos nacido, si estamos atrapados en el juego, solo nos queda mirar al abismo y preguntarnos ¿Qué nos convierte en humanos cuando todas nuestras certezas se desmoronan? En esta pregunta es donde Levi encuentra la belleza devastadora de lo inevitable.