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La novela filosófica El Extranjero, del escritor francés Albert Camus, publicada en 1942 durante la Segunda Guerra Mundial, se erige como un prisma que descompone las percepciones convencionales sobre la existencia humana, el significado de la vida y la moralidad. Escrita en primera persona, el relato invita al lector a confrontar sus propias creencias desde la perspectiva de un protagonista cuya indiferencia ante el mundo desarma y exaspera. Camus, propone una controversia, una inmersión en la intersubjetividad del cuerpo y su relación con los demás cuerpos. Un concepto que el existencialismo francés aborda con renovada profundidad.
Por Mariano E. Rodríguez
Comprendí que había destruido el equilibrio del día, el silencio excepcional de una playa en la que había sido feliz. Entonces, tiré aún cuatro veces sobre un cuerpo inerte, cuatro breves golpes que golpeaban la puerta de la desgracia.
Meursault se presenta como un hombre incapaz de perturbarse frente a situaciones que trastornarían a la mayoría de las personas. En su discurso se percibe un deseo egoísta, y los sentimientos quedan reducidos a meras percepciones recluidas en su cuerpo. En el momento culmine de la novela, cuando dispara contra el árabe, el extranjero sólo podrá justificar su acción diciendo que, en el momento del crimen, hacía calor. Es importante atender a la trampa que encierran el libro, el secreto que le da nombre a Meursault, el canalla, es ciertamente un extraño, un extranjero. Su rareza consiste en que, a diferencia de los otros personajes, tiene una indómita conciencia de la nada. No se diferencia de los demás por su egoísmo sensitivo, por estar recluido en su cuerpo y en sus pasiones, sino porque conoce la vacuidad de tal reclusión. Meursault no tiene más remedio que vivir en su cuerpo. Sin embargo, no le es posible concebirlo. Meursault no siente apetito por las apariencias, no finge, es un cínico que prefiere renunciar a todo discurso con el fin de ocultar la conciencia del sinsentido, la seguridad de la sinrazón de la existencia, algo que nadie está dispuesto a asumir. La pantomima de la razón social se hace patente en el pasaje del juicio. Allí se muestra cómo la locura de los hombres es capaz de valerse de los detalles más insignificantes con el fin de tejer argumentos que muestren la bestialidad del asesino. Todo es válido mientras la máscara resulte convincente.
Pero ninguna máscara puede perturbar a Meursault, ni siquiera la de esos juristas que aseguran conocer su alma, y desde una perenne lejanía él los elogia, elogia los discursos que confeccionan su muerte. Meursault está asistiendo a su propio juicio como un espectador, como un extranjero. No está dispuesto a reconocerse en aquel ser que en él han urdido. Cuando el abogado defensor, haciendo alarde de una estúpida oratoria representa el papel del asesino y le roba su nombre, el extranjero sale pronto de su asombro y se da cuenta de que es un hecho sin importancia, porque él ya no está en la sala, está pendiente de los ruidos de la calle, del declinar de la tarde, del cansancio. Meursault pone de manifiesto que la experiencia del placer corporal es tan fugaz, tan poco satisfactoria, que no llega a justificar el más mínimo esfuerzo vital. No se puede hablar de epicureísmo en el caso de Meursault. Éste no emprende su acción porque persiga la consecución de un placer o de un bienestar superior. Meursault no actúa, simplemente le ocurren cosas, buenas o malas, felices o trágicas; aun así, siempre queda esa sensación de insuficiencia, ese vacío en la boca del estómago que le provoca el hastío al contemplar el trabajo que realizan los otros para poder creer en la verdad de sus propias acciones. Meursault no muere por su maldad, sino por la seguridad con que la admite. Pues, en este teatro del mundo lo peor que le puede ocurrir al villano es parecerlo. La vileza de Meursault radica en la conciencia que tiene de su ser absurdo, habitante de un mundo absurdo, y cuando es consciente de ello, se sabe inútil.
Todo lo que hace trabajar y agitarse al hombre utiliza la esperanza. Escribe Camus en el Mito de Sísifo, el único pensamiento que no es mentiroso es un pensamiento estéril. En un mundo sin sentido, el valor de un concepto o de una vida se mide por su infecundidad. No es la intención del autor revelar la monstruosidad de los seres humanos que, por un ilimitado ejercicio de su libertad no reconocen ningún tipo de condición social y que, además, no pueden evitar ser unos canallas. Si así fuera, volveríamos a un precepto harto conocido, aquel que nos incita a desear los beneficios de la vida social, fomentando un individualismo feroz –a pesar de los inconvenientes que esto presenta–. Aceptar esta sentencia significaría volver a la disputa griega sobre la naturaleza del Estado, y de ser así, continuaríamos discutiendo con los sofistas. Camus no busca una ventaja social o política. Meursault es un canalla en un mundo de canallas que no están dispuestos a aceptar al que no participa del juego, y el juego consiste en silenciar la pesadumbre que auguran los tiempos que vendrán, la euforia que más tarde van a gruñir los totalitarismos fascistas. Esto nos permite observar que el individuo más peligroso será aquel que, asumiendo con plena conciencia el modelo del hombre imperante, ponga de manifiesto la inviabilidad de un proyecto social gestado en tales condiciones.
Fui asaltado por los recuerdos de una vida que ya no me pertenecía más, pero en la que había encontrado las más pobres y las más firmes de mis alegrías, los olores del verano, el barrio que amaba un cierto cielo de la tarde, la risa y los vestidos de María me subió entonces a la garganta, toda la inutilidad de lo que estaba haciendo en ese lugar. Y no tuve sino una urgencia que terminaran cuanto antes para volver a la celda a dormir.
Meursault debe de ser suprimido porque su falta de fingimiento está revelando que no existe diferencia ética entre el extranjero y aquellos que arrasarán a Europa con una ferocidad implacable, consentida por el ingenuo y miserable ideal social encerrado en sus entrañas, como un germen. De esta manera, contribuirán con el suicidio social para lograr conseguir la plenitud del individuo. Aquellos hombres satisfechos de sí mismos serán los que más tarde negarán al otro hasta suprimirlo. El nazismo, bajo el amparo de sus leyes, va a matar judíos, gitanos, rusos, polacos y franceses, con la misma indiferencia que Meursault disparara al árabe, pero sin la conciencia que el extranjero posee del absurdo. Lo ejecutarán con la fingida y serena seguridad del acto justo. Aun así, Meursault no se apiada, tampoco busca justificación a sus actos. Los otros, elaboran un ingente universo de eufemismos con el fin de justificar esa necesidad interna de aniquilar. Meursault, como Calígula, revela que en ese aire de plenitud sensual se esconde la muerte, y es por eso que es necesario matarle. El desempeño de una sensualidad cerrada que se enfrenta al otro puede resultar, en un principio, lo peligroso del extranjero. Sin embargo, la verdadera oscuridad del personaje de Camus, es el hecho que, al fin y al cabo, nada le importa.
Para que todo sea consumado para que me sienta menos solo, me quedaba a esperar que el día de mi ejecución haya muchos y que me reciban con gritos de odio.